No hay palabras para describir lo sucedido el sábado día 13
de diciembre en el teatro levantado en el interior del antiguo convento de carmelitas
descalzas de Sabiote, fundado por el ubetense Francisco de los Cobos, en el
siglo XVI.
Con la ayuda de los vecinos del pueblo, el Grupo de Teatro
Maranatha consiguió que el escenario pareciese una extraordinaria sala de
visitas de un convento de monjas de clausura. A ello hay que decir que por
primera vez en los catorce meses de estar poniendo en escena “El poder de la
oración” por numerosos pueblos y ciudades de nuestra geografía, la obra se
representaba en un teatro y no en una iglesia. Y lo hacía porque se quería
poner el broche de oro dentro de un lugar con sabor a edificio de siglos, donde
hubiera puesto los pies el frailecillo poeta San Juan de la Cruz en su vida
terrena y justo en la noche de su marcha para cantar maitines en el cielo, y donde,
además, Ramón Molina y todo el grupo fueran considerados y queridos.
Hubo lleno absoluto. La emoción embargaba a los actores que
no sólo pusieron el alma y la vida en cada palabra y cada gesto, sino el
corazón para llegar a los corazones. Presentó la obra Isabel Ruiz, con altura y
sencillez, con elegancia y hondura. Hubo un silencio impresionante a lo largo
de toda la obra. Ni un solo ruido, ni una sola palmada, ni una sola tos. Pero
fue terminar de decir don Julián el último verso de su personaje: “…porque ya no duda nadie que el poder de la
oración es, de todos, el más grande” y ponerse todo el público en pie
aplaudiendo con todas las fuerzas del mundo mientras de sus rostros caían
lágrimas como ríos. Los bravos llegaron hasta más allá del claustro y la plaza,
los vítores no cesaban y hasta hubo quien grito un “bendito seáis”, que hizo se
redoblaran los vivas y los aplausos. Ni los abrazos de los actores entre ellos,
ni la reiteración de los saludos calmaba a un público entregado que insistía en
las aclamaciones. Maravilloso todo, de sueño.
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